Duda el poeta mientras escribe dulces palabras
si debería asomarse a respirar el aire impuro.
Piensa el poeta mientras traduce tibios sentimientos
si debería abrir la ventana e inspirarse en el CO2.
O en los bosques que arden,
en el oso polar que se desintegra bajo el hielo,
en los desiertos asfixiados por su propia tierra.
Duda el poeta si debería lanzar sus versos en tropel
contra esos cielos irreconocibles.
Piensa el poeta mientras escribe rimas sobre
gorriones, alondras o golondrinas
si de un momento a otro esa materia prima
va a desaparecer envenenada por su propio aliento.
La duda del poeta no respira.
El tiempo del poeta se acaba.
Los cielos y las tierras del poeta caerán abrasados por el fuego
por los ácidos vientos de efímero placer.
De un momento a otro la llovizna, el rocío, el granizo o la nieve
serán armas mortíferas.
El poeta lamenta desde su ingravidez haber cerrado la puerta
a un misterio que ya ha dejado de serlo.
Informa: Concha Morales